Época: Hiroshima L2
Inicio: Año 1945
Fin: Año 1945

Siguientes:
Inferioridad japonesa
Kamikazes

(C) Virginia Tovar Martín



Comentario

Cuando terminó la pesadilla de Guadalcanal, la situación militar japonesa era netamente inferior a la norteamericana. En 1942 había perdido dos batallas decisivas, Midway y Guadalcanal. En torno a esta insignificante isla habían tenido lugar media docena de encuentros navales que diezmaron las disponibilidades de buques y aviones del Japón, mientras que los Estados Unidos compensaban cada buque, cada avión perdido, con 3 nuevos barcos, con 3 nuevos aviones, pero aún más potentes y modernos...
Si Midway fue un triunfo absolutamente afortunado de Washington y una derrota de Tokio debido a la múltiple acumulación de errores e infortunios, Guadalcanal constituyó un prolongado choque en el que ambos bandos tuvieron sus rachas de suerte y de desgracia y donde se impuso, finalmente, quien pudo mover más buques, hacer intervenir a más aviones y disponer de más hombres y suministros: los Estados Unidos. Tras Guadalcanal, con una superioridad creciente y visible, quedaba claro el resultado de la guerra.

Más aun, Tokio no podía sostener un esfuerzo tan prolongado ni tan disperso geográficamente; el caso de la retirada de las Aleutianas es clarificador. Se recordará que allí se establecieron los japoneses en el curso de la compleja operación de Midway. Pues bien, mientras aún se combatía en Guadalcanal, los norteamericanos montaron una operación aeronaval contra la isla de Attu, guarnecida por 2.300 japoneses, tomándola y aniquilando a sus defensores. La otra isla importante ocupada, Kiska, fue abandonada por Tokio poco después...

Pero si claro era el desenlace de aquella contienda, no resultaba tan sencillo pronosticar cuándo se produciría, dada la resistencia numantina y la naturaleza de guerra total que Tokio fue capaz de organizar. Con raíces más antiguas que el militarismo prusiano, todo el Japón vivió para la guerra, desarrollada con características difíciles de imaginar para un europeo.

El conflicto se había iniciado con la llegada al poder del militarismo, capaz de reavivar antiguas ideas guerreras. La Constitución de 1889 había sido impuesta por el emperador Meiji, sin renunciar a su carácter divino, y dio un barniz moderno a un Japón que jamás modificó muchos sentimientos íntimos.

Los oficiales japoneses, que hasta usaban la espada samurai, revitalizaron el antiguo código moral del Bushido, aristocrático, orgulloso y cruel. Esta ideología militar presidió la campaña. Con la misma frialdad que se ordenó a las tropas realizar marchas increíbles en las ofensivas de Malaca o Birmania, se trató a los prisioneros militares o civiles. A ello se añadió un sentimiento racista de reacción ante el racismo blanco, concretado en el desprecio a los prisioneros.

No existió ningún plan de exterminio, como en la Alemania nazi, pero a menudo los japoneses se extralimitaron. Aunque algunos generales intentaron contenerla, la tropa estaba fanatizada y la vida de los prisioneros no tenía valor. Se había imbuido a los soldados la obligación de morir en combate, el deshonor de la rendición y la costumbre de recibir castigos corporales sin protestar.

Este sistema de ideas fue motor de muchas atrocidades, incluso cuando los soldados imperiales no eran japoneses de nacimiento. Así en la conquista de Hong Kong, muchos heridos y enfermos del hospital británico fueron asesinados a bayonetazos por soldados naturales de Corea y Formosa.

Quizás la más conocida atrocidad es la marcha de la muerte que sufrieron las 76.000 personas capturadas tras la rendición de Batán; durante los 113 kilómetros a pie, unas 10.000 fueron asesinadas o murieron a consecuencia de penalidades y tratos inhumanos. Y esta dureza general se incrementó a medida que avanzaba la guerra y los descalabros eran evidentes.

El papel de liberador de Asia frente a la raza blanca valió a los japoneses colaboraciones en todos los países conquistados. Por sentimientos nacionalistas, oportunismo o viejas rivalidades de clan, se les unieron personas como el hindú Subbas Chandra Bose, el birmano Ba Maw, el filipino José P. Laurel y, sobre todo, el chino Wang Ching-wei, que fue su mejor triunfo, porque era un antiguo revolucionario, compañero de Sun Yat-sen y Chiang Kai-chek.

Desde la batalla de Midway, el poderío de la aviación naval no pudo recuperarse, lo que resultó gravísimo para las operaciones. Y cuando el esfuerzo industrial americano se hizo evidente, los japoneses fueron inferiores en material y efectivos.